Triple seis

Y su nombre es Thierry. Vagos rasgos de lechuza marcan sin clemencia su rostro, y su bien ganado apodo de El autista —un máximo de diez palabras intercambiadas cada día— no oculta, al buen observador, un carácter particularmente abyecto. He sentido más aprecio por ciertos insectos que por él (pienso, por ejemplo, en las innúmeras arañitas desalojadas por la ventana con una servilleta). He tenido, me consta, niveles de comunicación más elevados con algunos insectos que con él. Baste observar que en el juego de apagar la luz para que el mosquito zumbe prenderla y plaf hijo de puta estás muerto hay una complicidad lustral y en cierto modo lúdica. Pero no, imposible, ardua tarea será el plaf en plena oficina, ver a Thierry como una hoja de palma contra la pared, descender indeciso en su deceso, darse contra el suelo, aplastado, hijo de puta estás muerto.

El autista hace lo que quiere y como quiere, y suele querer muy mediocre, solución a caballo entre ley de mínimo esfuerzo y mongolismo. Su andar de camello sin bozal refleja esa fofa y traicionera actitud frente a la vida. Incapaz de aceptar un error, se ríe nerviosamente de todo. En situaciones de alto estrés, cuando el cliente está a media hora de distancia y él no terminó lo suyo, incapaz de tirar la esponja dignamente, se ríe entre dientes y busca un compañero al que culpar. Experto en el arte de despejar el balón sin contemplaciones, encuentra en Clément una blanda cabeza de turco.

Entre él y yo apenas si cenizas, desprecio mutuo obliga. Soy su superior jerárquico pero no puedo echarlo a causa de un complejo encadenamiento de relaciones personales y favores. Lo sabe. Pero lo que no sabe, siquiera remotamente, es el significado que quien garabatea estas líneas en un ferry camino a Tenerife atribuye a la palabra paciencia.

Confieso que cada vez que su cara de lechuza regordeta llega a la oficina —siempre tarde, siempre como un poco sucio y con aire de ir de compras al mercado—, murmuro mentalmente el proverbio árabe: siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su nombre es Thierry. Y como hasta el último testigo de este mundo, de cierto, de cierto te digo que contados están sus días.

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