La guerre aux pauvres commence à l’école. Ruwen Ogien.

AVT_Ruwen-Ogien_5420Este compacto e incisivo ensayo de Ruwen Ogien aborda tres cuestiones:

  • ¿Es posible enseñar la moral en la escuela?
  • ¿Es deseable enseñar la moral en la escuela?
  • ¿Cuál moral y para quién?

Publicado en 2013, el libro es una respuesta abierta a la intención de Vincent Peillon (ministro de la educación del primer gobierno definido por François Hollande) de introducir cursos de moral laica (sic) en la escuela.

La tesis subyacente de Ogien, tomada directamente de Pierre Bourdieu, es que:

La escuela [francesa] sirve sobre todo para reducir a silencio a los más pobres porque no tienen la conducta, códigos y modales adecuados, a ponerlos en su sitio haciéndoles comprender que si están en lo más bajo de la escala social no es a causa del sistema (que les ofrecería, en realidad, todas las oportunidades de elevarse socialmente) sino en razón de su nulidad profunda, de su inmoralidad, de su estupidez natural.

Rescato dos pasajes que el libro cita, útiles para comprender un poco el contexto francés, donde la enseñanza de la moral en la escuela es un tema recurrente de gobiernos de derecha e izquierda sin distinciones.

Uno está extraído de los primeros manuales de moral para las escuelas públicas de fines del siglo XIX:

Debemos servir nuestra patria con desinterés. Su honor es el nuestro. Todo buen francés debe tomar partido por ella y contra aquellos que la ofendan, y estar listo a sacrificarse para vengar su honor.

Aberrante por donde se lo vea y con un olor a rancio que contamina cualquier debate racional. Sin embargo, el otro pasaje corresponde a una entrevista al propio ministro Peillon, de setiembre de 2012, donde afirma que el país necesita un enderezamiento moral, y agrega:

[La enseñanza de la moral laica] incluye la construcción del ciudadano con, por supuesto, un conocimiento de las reglas de la sociedad, la ley, el funcionamiento de la democracia, pero también todas las preguntas que nos hacemos sobre el significado de la existencia humana, sobre la relación con uno mismo, con los demás, sobre lo que constituye una vida feliz o una buena vida. Si estas preguntas no son tratadas, pensadas, enseñadas en la escuela, lo serán en otro lado por los comerciantes y fundamentalistas de todo tipo.

Si la República no expresa su visión de lo que son las virtudes y los vicios, el bien y el mal, lo justo y lo injusto, otros lo harán por ella.

El mensaje es explícito y el ensayo de Ogien desarticula con buenos argumentos sus intenciones políticas. Tampoco hay que ir muy lejos para encontrar las contradicciones más evidentes. En la misma entrevista Peillon dice:

No hay que confundir moral laica con orden moral. Es todo lo contrario. El objetivo de la moral laica es permitir a cada alumno de emanciparse, ya que el punto de partida de la laicidad es el respeto absoluto de la libertad de conciencia.

Por supuesto. Luego de años de adoctrinamiento sobre las virtudes y los vicios, el bien y el mal, lo justo y lo injusto, temas enseñados con el mismo rigor con que se enseñan aritmética o geografía (el proyecto prevé exámenes donde se calificará a los alumnos sobre sus conocimientos de moral laica), luego de años de propaganda cada alumno emancipado tendrá absoluta libertad de conciencia para formarse su propia opinión.

Nada de esto frena las intenciones moralistas del actual gobierno: el adoctrinamiento moral es un objetivo claro. Najat Vallaud-Belkacem, ministra que sucedió a Peillon, decidió adelantar un año los cursos de moral laica, previstos inicialmente para el año lectivo 2016-2017. ¿Qué motivó el cambio? Los atentados de enero de 2015. Hoy estos cursos son una realidad pese a que los libros de texto correspondientes no hayan sido redactados (recién estarán disponibles en setiembre de 2016) y pese a que hasta conservadores de derecha como Luc Chatel declaren que, a su entender, este tipo de materia huele a petainismo.

Así como creo que la religión debe estar completamente separada del Estado, este último es ilegítimo en cuestiones de moral hasta prueba de lo contrario. Discursos como el del dimitido Peillon, un calco de tantos otros discursos, intensificado con la denominación como Primer Ministro de Manuel Valls, un moralista autoritario que emplea adjetivos culpabilizadores cada vez que habla, es un discurso nostálgico de una época que deberíamos superar de una buena vez.

Creo, al igual que Ogien y tantos otros, que es un discurso a combatir incesantemente.

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