Un amigo escritor me envió hace un tiempo esta apreciación de Hebe Uhart:
«No debemos engolosinarnos con las palabras, ni con los adjetivos redundantes, ni con las frases importantes. Al escribir no hay que quedarse en un concepto, hay que quedarse a unos pasos del concepto, un poco antes, sin llegar a él. Hay que darse tiempo y no cerrar. Ahí, en ese lugar antes del concepto, está la literatura, lo que nos hace ver, lo que abre ventanas. Ahí y no en la frase conclusa, inteligente, pedante. Hay que desconfiar de las frases hechas, de los lugares comunes y de los conceptos terminados.»
Desde entonces cada tanto recuerdo la apreciación de Uhart y pienso en este fragmento de la novela Siberia blues, de Néstor Sánchez:
Yo esperaba a Clide en la esquina de la academia, vos me pediste fuego y a esta altura ya no nos queda la menor alternativa: esa escena íntegra un poco golpeada por el viento, un poco la primera entre nosotros, está a media cuadra de los fogonazos del cine, apenas algo adelantada a ese carro-carro con la yegua blanca o bastante después porque si mal no recuerdo hubo cartas (algún par de ellas), hubo eyaculación precoz y arrepentimiento, montones de caras, de manos, cierto clínico infinito que me palmeaba un hombro para despedirme en el crepúsculo contra unos vidrios opacos, camas desiguales y orgullo con voz alta y sonora, el timbrado y dejá, volvete, el mártir, no puedo con tanto resplandor en el camino de cintura, me hace mal, las ganas barco a la manera muy simple de Gonzalito.