Conmovedora y brillante lectura dramática del relato Las uñas de los muertos, realizada por Dora Sajevicas para el programa de radio Las Noches y los Cuentos.
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Conmovedora y brillante lectura dramática del relato Las uñas de los muertos, realizada por Dora Sajevicas para el programa de radio Las Noches y los Cuentos.
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Cuento publicado originalmente en Letralia.
Yo conocí aquel hombre y cuando pude,
cuando ya tuve ojos en la cara,
cuando ya tuve la voz en la boca
lo busqué entre las tumbas, y le dije
apretándole un brazo que aún no era polvo:
«Todos se irán, tú quedarás viviente»
PABLO NERUDA
Oh Barbara
Quelle connerie la guerre
Qu’es-tu devenue maintenant
Sous cette pluie de fer
De feu d’acier de sang
JACQUES PRÉVERT
El primero, mucho antes de la oleada inconsolable, llegó a la cala Poseidón un lunes de mañana. Lo vi flotar desde lejos como un fantasma pardo y pensé en otras islas, Kálimnos, Lesbos, Samos, nombres también llenos de sol que empezaban a conocerse por lo mismo. Bastaron unos minutos para que los otros aparecieran. Casi sin comprender pagué el desayuno y bajé a la cala, donde apenas tres locales desafiaban el viento frío. Conté los catorce cuerpos incapaz de sentir algo preciso, mientras recorría los cantos rodados hacia uno de ellos. Me detuve en los rasgos suaves, el pelo de aserrín que le cubría fatalmente la frente; del cuello helado colgaba un chupete azul. No tenía más de un año. Pensé en Chloé jugando en un parque en París o durmiendo en la cama con Monique, y durante una hora me quedé en silencio junto al bebé, intentando comprender, pensando estúpidamente en lo que me había llevado a la isla (un número especial de una revista de turismo) mientras todo continuaba detenido en esos cuerpos edematosos, en el cielo sucio de la tormenta nocturna y el rumor del Egeo como única respuesta.
Relato perteneciente al libro Voces.
Alrededor del 40% de los 300.000 menores soldados que existen en el mundo son niñas.
AMNISTÍA INTERNACIONAL
Antes de que todos me conocieran como Machete Rojo mi nombre era Wokabi. Hace más de seis años, cuando mis padres todavía vivían y mis cinco hermanos me dejaban acompañarlos a jugar al fútbol, en casa y en la aldea me llamaban Wokabi. Ve al pozo a buscar agua, Wokabi, me decía mi madre cuando cocinaba. Roba unos tomates del plantío del señor Ngaruye, Wokabi, pero que no te vea nadie ni te secuestren los rebeldes, que ya es de noche. Yo siempre obedecía, como todas las niñas bien educadas.
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