Leo con gran interés algunas de las ideas de Ruwen Ogien, filósofo francés contemporáneo.
El rechazo que genera en buena parte de la élite mediático-intelectual me causa más interés todavía. Ogien desarrolla una teoría ética que llama ética mínima, antipaternalista, con la que me identifico plenamente y que se resume en una máxima: no perjudicar a los demás. Punto.
Parece trivial y es, sin duda, discutible (¿qué se entiende exactamente por perjudicar?), pero cuando se vive en un país jacobino y colbertista donde las lecciones morales del político de turno se aceptan como moneda corriente, leer a un extraterrestre como Ogien permite respirar. Hace más de un siglo Nietzsche escribió otra trivialidad: no existen fenómenos morales sino interpretaciones morales de los fenómenos. Son trivialidades que marcan.