Juegos de gallinas, lobos e indígenas

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Semanas atrás, en una playa perdida del suroeste francés, mi hijo y yo buscábamos cualquier excusa para sobrellevar el fin de las vacaciones. Toboganes, moluscos en la orilla, una avioneta acuatizando en la tarde, cotidianas que a su edad significan un descubrimiento mayor, y de pronto, en un pastizal lindante, nos topamos con decenas de niños en plena actividad recreativa.

Los animadores habían separado a los niños en tres grupos que formaban un triángulo generoso. En el centro, a los gritos, una animadora aguijoneaba a cada equipo.

–¡Equipo de las gallinaaaaas! ¿¡Están listoooos!?

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Mientras tanto los refugiados

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Mientras el tráfico comercial marítimo en el Egeo se modifica para evitar cruzarse con zodiacs repletos de refugiados y tener que asistirlos, mientras Turquía se guarda el dinero que la UE le da para los refugiados, mientras chantajea a la UE y le promete Merkel que si mantiene a raya a los refugiados la dejará entrar a la UE, mientras quienes controlan la frontera turca con Siria e Iraq disparan sin previo aviso sobre los refugiados, mientras algunos países de Europa del Este se dan el lujo de la memoria corta y repudian a gente que huye la guerra y el hambre, mientras el ministro del interior de Francia («país de los DDHH») se reúne con Tsipras y le ruega que controle mejor las fronteras, mientras la OTAN se prepara para desplegarse en el Egeo, mientras los pasantes siguen embolsando cifras impensables por el tráfico, mientras se llenan campos de refugiados, mientras los ultranacionalistas siempre tan valientes van a agredir a los refugiados en Calais…

Mientras éstas y otras muestras de la miseria humana ocurren, las ONG, los voluntarios que llegan de Dinamarca, de España, de Israel, de Alemania, de USA, de cualquier país, los locales de Calais, de Lesbos, de Kos, de Samos, de cualquier lugar, asisten, ayudan, hacen lo imposible por niños, por mujeres embarazadas, por familias en franco desamparo; lo hacen aunque en muchos casos sea ilegal, aunque terminen procesados, lo hacen por el humanismo más elemental, porque saben que Prévert tenía razón sobre la guerra, y porque, sin duda, comprenden que ser tratados así no es digno y yacer sin nombre en un cementerio improvisado donde chupetes y peluches señalan las sepulturas de niños y bebés no tiene gloria.